lunes, 30 de marzo de 2015

Confesión errante

Apareciste al mediodía, sin anunciarte. Recuerdo claramente la lluvia cobriza sobre tus hombros, otrora bañados de sol.
Debo admitir que te esperaba antes. Te espere por siglos sin saber de nombre o rostros, pero sin duda alguna te esperaba a ti antes de la encrucijada.
¿Que para que te quiero?
...No lo se. Nadie sabe nada por estos rumbos. Las cosas pasan, y uno simplemente camina. Tampoco se a ciencia cierta a donde me dirijo, pero el reloj exige movimiento.
Dos remansos de miel entre tus sienes. Profundos. No se cuanto, me parecen infinitos.
Mentiría si digo que no quiero detener mis pasos, que no quiero retirarme el sombrero y la corbata, y embriagarme de ti, de tu infinito y mis pluscuamperfectos que crecen conforme me alejo viendo atrás; por que ya no hay otra manera de verte salvo volteando atrás, hasta la tortícolis.
Lo peor de todo esto es el silencio, que se viste de gala y nos salva de nosotros mismos.
Ahora sonríes y me preocupa, por que cada gesto tiene garras. Por que hoy no soy ni el cazador, ni la presa.
Me sabes amarga en el retrogusto, podría jurar que hasta me dueles. Caprichosamente me dueles.
Y no hay promesa alguna después de la palabra dada, salvo la mentira.
-¿Quien eres?- Te pregunto.
(...Nuevamente el silencio que nos salva).
Tal vez tampoco sabes.
Tal vez no me esperabas.
Tal vez igual que yo...
... tu vas de paso.